Han pasado ya casi doscientos años desde que uno de los
grandes pensadores de la historia de la filosofía, y quizás, uno de los hombres
más importantes en la historia de la humanidad, pronunciase probablemente su
frase más famosa, una frase que ha sido numerosas veces citada y mencionada y
que aún hoy en día sigue dando lugar a constantes debates y reflexiones.
Evidentemente me refiero a Karl Marx y a su famosa frase “La religión es el
opio del pueblo”.
Para entender bien esta frase y poder aclarar con total
firmeza lo que lleva a Marx a afirmar algo así debemos de tener en cuenta que
no es Marx el primero que defiende una tesis abierta en contra de la religión,
una actitud cuanto menos comprometida en el seno de una sociedad donde la
religión era algo prácticamente intocable, sino Feuerbach, quién en su obra “La
esencia del cristianismo”, afirmaba que Dios no había creado al hombre a su
imagen, sino que por el contrario había sido el hombre quién había creado a
Dios, proyectando en él su imagen idealizada. Con la aparición de Dios, los
hombres proyectaban en Dios todo aquello que necesitaban y deseaban pero que no
podían alcanzar, librándose de todos sus sufrimientos, pero también perdían
toda su libertad para convertirse en seres vacíos y subordinados a la figura
divina.
Aquella tesis de Feuerbach despertaría a Marx de su sueño
dogmático y le invitaría a la reflexión. Finalmente en 1844 Karl Marx
pronunciaría su archiconocida frase e iniciaría una crítica abierta contra la
religión dentro de su crítica al conjunto de la sociedad como instrumento de
alienación de los hombres.
Marx sostiene que el sistema capitalista es un sistema
injusto y desigual que favorece claramente a un grupo reducido de opresores y
martiriza por completo a la clase oprimida, una clase social que vende la
fuerza de su trabajo a cambio de un salario irrisorio, que es privada de
cualquier tipo de libertad y que se ve alejada de los cargos de poder.
En este contexto, la religión no constituye una realidad
insignificante, sino que por el contrario, se convierte en un auténtico azote
de la clase opresora para imponer su dominación, y además un azote bastante
efectivo. Por medio de la religión los sectores dominantes de la sociedad
capitalista se aseguran una subordinación mucho más eficaz por parte de los
trabajadores y ahuyentan cualquier temor
de rebelión proletaria, ya que a través de la religión, les hacen ver a los
trabajadores que existen motivos para su condición, pues Dios no es caprichoso,
y que además ya llegará otra época en la que les toque una mejor vida. Dios es
bueno y no le gusta ver a la gente sufrir, por lo que les compensará por tanto
sufrimiento acumulando concediéndoles el cielo en la otra vida.
Estos argumentos para el optimismo que porta la religión vuelven
a la sociedad mucho más conservadora y menos crítica ante las injusticias del
sistema. De esta manera, las clases opresoras controlan a su antojo toda la
parafernalia religiosa y van adormeciendo cada vez más a la clase proletaria y
consolidando su poder. Por ello la religión actúa como una droga, como un opio
para el pueblo.
En definitiva, es importante que los hombres no caigan en
las trampas que impone la religión y que mantengan la libertad que les
corresponde a la hora de decidir que está bien y que está mal y de adoptar las
posturas que solo ellos crean más adecuadas ante las diferentes situaciones que se presenten a lo largo de su vida. Así
conseguirán liberarse de las cadenas del sistema y caminar hacia una sociedad
mejor.
Para terminar y cambiando de tema, sé que debería haber
hecho más entradas a lo largo del curso, pero una veces por falta de tiempo y otras por poca confianza en mi imaginación no me he decidido, así que quería despedirme haciéndolo. Me gustaría darte las gracias
por estos tres años en que has sido mi profesor y te deseo lo mejor de aquí en
adelante.